viernes, 11 de diciembre de 2015

MITOLOGÍA PARA NIÑOS: Y Ulises por fin volvió a Ítaca.



Los remeros feacios dejaron a Ulises profundamente dormido bajo un olivo en la arena de la playa y sin dilación pusieron rumbo a su patria. Cuando Ulises se despertó desconocía dónde se hallaba, además una espesa niebla enviada por la diosa Atenea le hacía imposible situarse. Realmente creía que los feacios habían incumplido su promesa de llevarlo de vuelta a casa (aquí) y lo habían abandonado en cualquier isla desconocida.

Tras cerciorar de que todavía disponía de los muchos regalos con los que Alcínoo, el rey de los feacios, le había obsequiado,  Ulises decidió explorar la isla para ver si encontraba alguien que le pudiese decir a dónde había ido a parar en esta ocasión. 



No había andado doscientos metros cuando se topó con la diosa Atenea disfrazada de joven pastor.

Dime chico- le preguntó Ulises- Me podrías indicar dónde me encuentro. 
Debes de venir de tierras muy lejanas -le contestó la diosa- si desconoces que te encuentras Ítaca, una tierra conocida en lugares tan lejanos como la misma Troya.

Ulises no podía creer lo que había escuchado. 

Por fin estaba en su amada Ítaca.



Pese a la inmensa alegría que sentía nuestro héroe decidió ser prudente. Llevaba demasiado tiempo fuera de casa esperando este momento, veinte años para ser exactos y no sabía con lo que se iba encontrar. Era mejor, que antes de mostrar su verdadera identidad, descubriera que había sido de su familia, de sus amigos y por supuesto: 

Quién ocupaba su trono. 

Así que con toda la calma del mundo decidió inventarse una historia e intentar engañar a la diosa.

Por supuesto Ítaca. Claro que he oído hablar de ella. Es muy famosa en mi Creta natal...

Atenea no pudo evitar la sonrisa. Ulises era realmente bueno fingiendo otra identidad pero ella no estaba para perder el tiempo, así que decidió volver asumir su aspecto divino:

¡Ay! Ingenioso Ulises. Ya ves que no eres el único que sabe mentir. Realmente eres muy astuto y haces muy bien porque tus años de ausencia han hecho cambiar mucho las cosas. 



Y la diosa Atenea le relató el terrible estado en el que se encontraba su país.  Los sufrimientos de la pobre Penélope que había visto como su Palacio había sido tomado por los muchos pretendientos que osaban usurparle el trono. Una situación que ni su propio hijo Telémaco había sido capaz de evitar y acabó marchándose de su país para intentar obtener noticias de su padre.




Cuando Ulises escuchó tanta desgracia la alegría se transformó en tristeza e incapaz de saber cuál era la decidión correcta rogó a la diosa:

Por favor, señora, esta vez sí: 
Decidme lo que debo hacer. 
Ulises- le contestó Atenea- lo primero de todo es hacerte irreconocible.


En un instante la  diosa Atenea transformó a Ulises en un viejo harapiento llenó de arrugas semejante a un mendigo y le indicó:

Ahora mientras yo voy a buscar a tu hijo Telémaco tú te dirigirás hasta la granja de Eumeo, tu viejo porquero. En este  momento ya es un pobre anciano pero podrás comprobar que la lealtad hacia su amo Ulises sigue siendo infranqueable.



Y hacia allí se dirigió Ulises. En cuanto el viejo Eumeo vio acercase a  un mendigo de terrible aspecto no tuvo ninguna duda. Siguiendo las leyes de la hospitalidad griega le acogió en su casa amablemente y le ofreció vino y sabrosa comida.

Me encantaría poder ofrecerte un cerdo más hermoso pero esos odiosos pretendientes, que quieren usurpar el trono de mi amo, se los reservan. ¡Cómo añoró al gran Ulises!

Ulises encantado con la lealtad de Eumeo le dice: 

Por qué no me describes a ese buen hombre al que un día serviste. Seguro que si me lo he encontrado en alguno de mis viajes podré darte noticias suyas.

A lo que Eumeo respondió:

Cada extranjero que ha pasado por aquí ha inventado una historia sobre Ulises. De esa manera consiguen la simpatía de la pobre Penélope... Ya no creo nada.

Penélope y sus pretendientes (Waterhouse, 1912)


Ulises, que lo único que deseaba era hacer sentir bien a su leal amigo, le dice:
Te juro por todos los dioses del Olimpo que tu noble señor está vivo y que volverá a su casa y castigará a todos sus pretendientes.

Eumeo no creía nada de lo que ese viejo de aspecto harapiento le decía pero le escuchó cortesmente mientras seguían comiendo y relantando historias.

Eumeo, Odiseo y Telémaco. (Bonaventura Genelli (1798 - 1868))


Al cabo de unos días Telémaco volvió a Ítaca. Eumeo lo recibió con gran felicidad y se lo presentó al mendigo harapiento que había acogido en su casa dejándolos juntos mientras él partíaa Palacio para darle la buena nueva a Penélope.

En cuanto Eumeo se fue los perros que habían venido con Telémaco se escondieron en un rincón de la choza como si algo les asustase pero Telémaco,sentado en otro rincón y preocupado por las muchas dudas que rondaban en su cabeza, no les prestó ninguna atención. Al cabo de unos instantes Telémaco volvió nuevamente su vista hacia el mendigo y cuál no sería su sorpresa cuando descubre que el viejo harapiento se ha convertido en un robusto hombre de altiva mirada y ropas lujosas.

¿Quién eres tú? No te reconozco. Lo que acabas de hacer únicamente es digno de dioses.

No Telémaco no soy un Dios. Soy tu padre.



Os podéis figurar que la sorpresa del joven muchacho que incrédulo le responde:

Es imposible que tú seas mi padre... 
Por favor te lo ruego si no eres realmente Ulises no aumentes nuestro dolor con tamaño fingimiento. 
No miento Telémaco. No dudes de mi palabra. Yo soy Ulises.

El muchacho, con los ojos bañados por las lágrimas, abraza a su padre. Un abrazo largo, sentido como si en él se pudiesen compensar los años de ausencia. 




Pasado un tiempo, con las ánimos más clamados Ulises  le dice:

En pocos minutos mi aspecto volverá a ser el de antes. Mañana el fiel Eumeo me llevará a Palacio. Allí nadie me reconocerá, esa es mi intención. Probablemente los pretendientes me insulten. No pasa nada, no debes alterarte. Nadie debe saber que el anciano mendigo que se sienta en un rincón no es lo que parece.

Tú únicamente permanece alerta y cuando yo te de una señal...
Continuará...




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